DICCIONARIO DE TÉRMINOS BÍBLICOS. LETRA M



Madre

(ver Mujer y Padres) La Biblia destaca y valora muy positivamente la función maternal de la mujer. Precisamente por su condición de madre transmisora de vida, la mujer ocupa un puesto importante en la historia del mundo [Gén3,20]; en la institución familiar [Gén4,1]; [Gén21,1-12]; [Gén27,5-15]; [Gén29,15-35]; [Gén30,1-24]; [Éx20,12]; [Éx21,17]; [Dt21,18-19]; [1Sam1,1] - [1Sam2,1]; [Pro1,8]; [Pro19,26]; [Si3,1-4]; [Si3,16]; en la institución monárquica, donde la madre del rey goza de un honor especial [1Re2,19]; [2Re11,1-3]; [2Crón15,16], y sobre todo en la historia de la salvación, donde María de Nazaret juega un papel estelar como madre del mesías, anunciada desde antiguo [Gén3,15]; [Is7,14]; [Mt1,18-25]; [Mt2,10]; [Mt2,13-20]; [Lc1,28-33]; [Lc1,42-45]; [Lc2,7]; [Lc2,34-35]; [Lc2,48-51]; [Jn2,1-5]; [Gál4,4] y también como madre del nuevo pueblo mesiánico [Jn19,25-27]; [He1,5]; [Ap12,1-5]. Este mismo valor positivo reviste la palabra "madre" las veces que se utiliza en sentido metafórico [Is50,1]; [Is66,7-13]; [Gál4,26].

Maestro

Título que en el NT se otorga a Juan el Bautista [Lc3,12]; [Jn3,26], a los peritos en la ley judía [Mt23,7]; [Lc2,46]; [Jn3,10], a quienes enseñan la doctrina cristiana [He13,1]; [Rom2,20]; [1Cor12,28-29]; [Ef4,11]; [1Tim2,7]; [2Tim1,11]; [2Tim4,3]; [Heb5,12]; [Sant3,1], pero especialmente y de manera singular a Jesucristo en cuanto que enseña con autoridad todo lo concerniente al reino [Mt9,11]; [Mt17,24]; [Mt23,8]; [Mt26,18]; [Mt26,25]; [Mt26,49]; [Mc5,35]; [Mc9,5]; [Mc11,21]; [Jn1,38]; [Jn3,2]; [Jn11,28]; [Jn13,13-14].

Maldición

La singular eficacia "para bien o para mal" que el mundo semita atribuye a la palabra pronunciada explica el uso amplio y variado de la maldición en el AT. Se maldice sobre todo a quienes violan la ley y traicionan la alianza [Dt27,15-26]; [Dt28,15-45]; [Is5,8-24]; [Jer17,5], pero también a los enemigos de la nación, del clan familiar o de la propia persona [2Sam3,39]; [2Sam16,5-8]; [2Sam18,32]; [Sal35,4-8]; [Sal109,8-15]; [Sal109,17-19]; [Jer12,3]; [Jer20,12], a los homicidas [Gén9,25], a lugares antipáticos [2Sam1,21], a personas o situaciones injustas [Jer20,14-16]; [Pro11,26]; [Pro30,10]. Sólo quien tiene poder sobre alguien o algo tiene derecho a maldecir; por eso, en la Biblia, toda maldición que pretenda ser válida ha de remitirse, en última instancia, a Dios [Núm22,6]; [Jue9,20]; [Jue9,56]; [1Re16,34] "ver [Jos6,26]"; [Zac5,3]; [Sal109,18-20], que además tiene poder para transformar en bendición una maldición injusta [Núm23,11-12]; [2Sam16,12]; [Sal109,28] y para hacer que no se cumpla una maldición sin motivo [Pro26,2]; ver [Sal91,9-11]. De ahí que cuando en la Biblia maldice un padre, un jefe de tribu, un profeta, un rey o un justo cualquiera, en realidad lo hace investido del poder de Dios. Pero, en todo caso la maldición es en la revelación bíblica sólo y siempre el contrapunto de la bendición [Dt11,26-29]; [Dt28,1]. La bendición es la palabra prevalente de Dios con respecto al hombre, por lo que sólo al diablo y a los definitivamente suyos alcanza una maldición sin paliativos [Gén3,14-15]; [Sap2,24]; [Mt25,41]; [Jn8,44]; [Ap22,15]. De ahí también que en el NT apenas haya lugar para la maldición [ver sin embargo, [Mc11,14]; [Mc11,21]; [1Cor16,22]; [Gál1,8]; [Gál3,10-12]. Cristo y los apóstoles mandan bendecir siempre, incluso a los enemigos [Lc6,28]; [Rom12,14]; [Sant3,8-10].

Matrimonio (ver Familia. Esposo-a)

El matrimonio, en cuanto unión de un hombre "esposo" y de una mujer   "esposa" en orden a constituir una familia, tiene para la Biblia su origen en Dios [Gén1,27-28]; [Gén2,20-24], quien de suyo lo desea monógamo e indisoluble [Mt19,4-5]; ver [Gén4,23-24], donde el primer polígamo es presentado como un hombre cruel y vengativo. Cierto que la Biblia se hace eco de la condescendencia de Dios con las costumbres matrimoniales del tiempo [Gén24,2-8]; [Gén29,15-30]; [Gén38,6-26]; [Lev18,6-19]; [Dt7,1-3]; [Dt25,10]; [Rut2,20], entre las que merecen especial atención la posibilidad de divorcio [Dt21,15]; [Dt24,1] y la poligamia, favorecida esta última por el gran aprecio de la fecundidad [Gén16,2]; [Gén29,15-30]; [Éx21,10]; [Dt21,10-15]; [1Sam1,2]. Pero el ideal es otro, por lo que desde siempre se canta el amor exclusivo [Gén25,19-28]; [Gén41,50]; [Tob11,5-15]; [Jdt8,2-8]; [Pro5,15-20]; [Pro18,22]; [Si26,1-4]; todo el Cantar de los Cantares y se valora muy positivamente la estabilidad del matrimonio y la fidelidad de los esposos [Lev20,10]; [Dt22,22]; [Ez18,6]; [Mal2,14-16]. Con esto se va alumbrando el ideal religioso del matrimonio que Jesús [Mt19,3-9]; [Mc10,2-12]; [Jn2,1-11] y Pablo [1Cor7,2-5]; [1Cor7,10-11]; [Ef5,31-33] reafirman con fuerza, hasta el punto de considerar el matrimonio cristiano como símbolo de la unión existente entre Cristo y la Iglesia [Ef5,23-32]. Sin embargo, tanto Jesucristo como Pablo reconocen que el hombre y la mujer pueden también realizarse fuera del matrimonio como personas y como hijos y servidores del reino [Mt19,12]; [Lc14,26]; [Lc18,29-30]; [1Cor7,7-8]; [1Cor7,25-40].

Mediador

La historia bíblica recoge ejemplos de hombres o mujeres que actúan como mediadores, es decir, como intercesores o intermediarios ante otros hombres [1Sam19,1-7]; [1Sam25,14-35]; [Est7,1-7]; [He12,20]. La misma ley israelita preveía este tipo de mediación [Éx21,22]; [Job9,33]. Pero la Biblia se hace eco sobre todo de la mediación ejercida ante Dios por una serie de personajes históricos: Abrahán [Gén18,22-33] Moisés [Éx32,11]; [Éx32,14]; [Éx32,30-32]; [Dt5,23-30] sacerdotes, reyes y profetas [Lev4,16-35]; [Núm15,22-28]; [1Sam7,8-9]; [1Sam12,19-23]; [2Sam6,18]; [Jer15,11]; [Jer18,20], el siervo del Señor [Is53,4-12]. Mediaciones todas ellas que son anuncio y anticipo del único y definitivo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo [Rom5,1]; [1Cor8,6]; [Col1,15-20]; [1Tim2,5]; [Heb4,14-16]; [Heb7,25]; [Heb12,24].

Mentira

Sobre todo en cuanto falso testimonio contra el prójimo está severamente prohibida [Éx20,16]; [Éx23,1-3]; [Lev19,11-12]; [Dt5,20]; [Dt19,16-19]; [Pro12,17]; [Pro21,28]; [Zac8,17]; ver [Mt19,18] par. Pero la Biblia aborrece cualquier tipo de conducta falsa y mentirosa [Jer9,7]; [Os4,2]; [Os7,1]; [Nah3,1]; [Sal5,7]; [Sal101,7]; [Pro6,16-19]; [Pro12,19]; [Pro12,22]; [Pro19,5]; [Pro19,9]; [Si7,13]; [Si20,24-26]; [He5,3-10]; [Ef4,25]; [Col3,8-9]; [1Tim1,10]; [Ap2,2]; [Ap21,8]; [Ap21,27]; [Ap22,15]. En todo caso, la mentira más radical consiste en no reconocer a Dios y a su enviado Jesucristo [1Jn2,22], que son la verdad esencial. Por eso al diablo se le llama padre de la mentira [Jn8,44]; [Ap20,10]; ver [Gén3,1-5]; [Gén3,13-14]; por eso también, mentira e idolatría se identifican frecuentemente en la Biblia [Is44,9-20]; [Jer10,1-5]; [Sal115,4-8]; [Rom1,25].

Mesianismo. Mesias

Mesianismo es el término abstracto (no usado en la Biblia) que deriva del vocablo Hebreo "mesías" = "ungido, consagrado", y que en griego se traduce por "Cristo". En su origen, la palabra "mesías" se aplicaba a los sacerdotes [Lev4,3-5], a los patriarcas [Sal105,15], probablemente a los profetas [1Re19,16], al pueblo entero de Israel [Hab3,13] y sobre todo al rey, que era considerado el "ungido del Señor" por antonomasia [1Sam9,16]; [1Sam11,35]; [1Sam15,1-17]; [Sal18,51]; [Sal20,7]; [Lam4,20]. A partir de la profecía de Natán [2Sam7,12-16], el pueblo israelita comienza a esperar la venida de un gran rey, descendiente de David, poderoso y triunfador, a través del cual Dios hará realidad las promesas de liberación y salvación hechas a su pueblo. A este personaje se reserva el título de Mesías [Sal2,2]; [Sal132,10], [Sal132,17], que con el paso del tiempo va incorporando diversos rasgos reales [Gén49,8-12]; [Núm24,3-9]; [Núm24,15-19]; [Is7,10-25]; [Is9,1-6]; [Is11,1-9]; [Zac9,9-10]; [Sal2,1]; [Sal72,1]; [Sal110,1], proféticos [Is42,1-7]; [Is49,1-9]; [Is50,4-9]; [Is52,13-53]; [Is52,12], sacerdotales [Zac4,1-6]; [Zac4,10-14]; [Sal110,1], Apocalípticos [Dan7,13-14]. El NT reclama para Jesús de Nazaret el título de Mesías y el cumplimiento en él de todas las esperanzas mesiánicas [Mt1,1]; [Mt1,16-18]; [Mt2,4]; [Mt11,2]; [Mt16,16]; [Mt16,20-21]; [Mt22,42]; [Mt23,10]; [Mt24,5]; [Mt26,63]; [Mt27,17]; [Mt27,22]; [Mc1,1]; [Mc9,41]; [Mc14,61]; [Lc2,11]; [Lc2,26]; [Lc24,26]; [Jn1,17]; [Jn1,41]; [Jn9,22]; [Jn11,27]; [Jn17,3]; [Jn20,31]; [He2,31]; [He2,36]; [He3,18]; [He3,20]; [He5,42]; etc. Parece cierto que Jesús mismo apenas utilizó este título "si es que lo utilizó alguna vez", sin duda para evitar que fuese entendido como un mesías político [Mt16,20]; [Mc1,34]; [Mc8,29-30]; [Lc4,41]. Pero a partir de su muerte y resurrección, la primera comunidad cristiana, superado el peligro de malentendidos, empleó con profusión y sin reservas el título de Mesías = Cristo como nombre propio de Jesús. San Pablo lo usa más de cuatrocientas veces.

Milagro

La Biblia se hace eco con relativa frecuencia, atribuyéndolos a la potencia divina, de acontecimientos extraordinarios que desbordan el curso normal de la naturaleza y resultan, por tanto, humanamente inexplicables. Son acontecimientos que provocan asombro y admiración [Éx3,2-3]; [Éx3,7-15]; [Dt4,32-37]; [1Re17,7-24]; [1Re18,36-39]; [2Re2,19-25]; [2Re4,1] - [2Re5,1]; [Mc1,25-28]; [Mc2,11-12]; [Mc4,41]; [Mc5,42]; [Mc6,51-52]; [Mc7,37]; [Mc9,6]; [Lc5,26]; [Jn6,19]; [He3,6-10]; [He8,13]; [He14,10-11]; [He28,5-6]. Pero en tales casos, más allá del asombro y la admiración, la Biblia pone el énfasis no en lo maravilloso del acontecimiento, sino en lo que dicho acontecimiento tiene de revelación de Dios y de signo de salvación [Éx10,1]; [Éx15,1-21]; [Núm14,22]; [Jos24,11-18]; [Sal106,7]; [Sal107,8]; [Mt8,25-27]; [Mt9,1-8] par; [Mt11,4-5], [Mt14,30-32]; [Lc5,6-10]; [Lc13,12-16]. Esto vale sobre todo para el cuarto evangelio [Jn2,11]; [Jn4,48-54]; [Jn5,1-20]; [Jn6,1-15]; [Jn6,26-27]; [Jn9,1]; [Jn11,1]. No es el milagro por el milagro lo que interesa a la Biblia, sino el milagro en orden a la salvación. De ahí su profunda y permanente relación con la fe y la conversión [Gén15,2-6]; [Núm14,11]; [Dt8,3]; [Is7,10-14]; [Sal78,32]; [Sal95,8-9]; [Mt11,20-24] par; [Mt13,58]; [Mt16,1-4]; [Mc2,5-12]; [Mc5,34-36]; [Mc6,5-6]; [Mc9,23-24]; [Mc10,52]; [Lc1,45]; [Lc1,49]; [Lc7,9-10]; [Jn9,7]; [Jn9,35-38]; [He9,32-35]; [He9,40-42]; [He16,25-34]. De ahí que los milagros bíblicos nunca son signos arbitrarios y ostentosos, sino que en cierta manera realizan ya incoativamente lo que significan: inician la victoria sobre la enfermedad [Mt4,23-24]; [Mt8,1-17], sobre el pecado [Mc2,1-12], sobre la muerte [Lc7,11-17]; [Jn11,1-44], sobre una naturaleza hostil [Mt8,23-27], sobre Satanás [Mt4,1-11]; [Mt4,16]; [Mt4,28-33]; [Mt9,32-34]; [Mt12,22]; [Mt17,14-21].

Ministerio. Ministros (ver Diácono)

Palabras todas ellas que en la Biblia evocan la idea de servicio o dedicación a una cosa. Pueden hacer referencia a un servicio profano [Est1,10]; [Est6,1-5], aunque ejercido por lo común dentro de la Iglesia-pueblo de Dios [Éx24,13]; [Jos1,1]; [He6,1]; [He11,29]; [He12,26]; [Rom15,31]; [2Cor8,4]; [2Cor9,1]; [2Cor9,12]. Casi siempre, sin embargo, designan un servicio estrictamente religioso [Is61,6]; [Ez44,11]; [Jl1,9]; [He1,17]; [He1,25]; [He20,24]; [He21,19]; [1Cor16,15]; [2Cor4,1]; [2Cor5,18]; [2Cor6,3-4]; [2Cor11,23]; [Col1,23]; [Col4,17]; [Ef3,7]; [1Tim1,12]; [2Tim4,5]. Son diversas las personas a quienes se concede el título de ministro [1Cor3,5]; [Ef6,21]; [Col1,7]; [Col4,7]; [1Tim4,6] y variados los ministerios a desempeñar [Rom12,7]; [1Cor12,5-11]; [1Cor12,28-30]; [Ef4,11-12]; [1Pe4,11]. Pero el NT da sobre todo el título de ministros a los responsables y animadores de la comunidad cristiana: apóstoles, obispos, presbíteros, diáconos, catequistas [He6,1-6]; [He14,23]; [He15,2]; [He15,4]; [He15,6]; [He15,22]; [He16,4]; [He20,17]; [He20,28]; [1Cor3,5]; [2Cor6,4]; [Ef3,7]; [Flp1,1]; [Col1,7]; [Col1,23-25]; [1Tim3,1-7]; [1Tim5,17-22]; [2Tim1,6]; [Tit1,5-9]; [Sant5,14]; [1Pe5,14].

Misericordia

(ver Amor) Es el amor en cuanto se compadece eficazmente de las necesidades y las dolencias ajenas. El Dios de la Biblia es un Dios misericordioso con todos [Éx34,6-7]; [Sal86,15-16]; [Sal145,8-9]; [Jon4,2]; [Jon4,11]; [Mt5,45]; [Mt6,25-33], pero especialmente con su pueblo [2Re13,23]; [Is30,18]; [Is54,8]; [Jer12,15]; [Jer30,18]; [Zac1,12-13] y con los más débiles e indefensos [Éx22,26]; [Os14,4]; [Sal25,15-16]; [Sal103,1]. Misericordia de Dios que se hace personalmente visible y operante en Jesús de Nazaret [Mc1,41]; [Mc6,34]; [Mc10,46-52]; [Lc1,50]; [Lc1,54]; [Lc4,18-21]; [Lc7,13], a quien todos los cristianos deben imitar [Mt5,7]; [Mt9,13]; [Mt12,7]; [Lc6,36]; [Sant2,13].


Misión (ver Vocación)

Encargo especial que Dios hace a todo un pueblo o a unos personajes singulares dentro de él, para que Colaboren en la realización de su plan universal de salvación. Abrahán [Gén12,1-3], Moisés [Éx3,10-16], los profetas [Is6,8-9]; [Jer1,5-10]; [Ez3,1-9]; [Am7,15], el siervo del Señor [Is42,6-7]; [Is49,1-6], María [Lc1,30-31], Juan el Bautista [Lc1,16-17]; [Lc1,76-79], Pablo [He9,6]; [He9,15-16], el pueblo entero de Israel [Dt4,5-6]; [Is43,10-12]; [Is55,3-5] son destinatarios de una misión salvífica. Pero la misión por excelencia es la que Dios Padre confía a su Hijo Jesucristo [Mt3,17]; [Mt17,5]; [Mt21,33-42]; [Jn3,17]; [Jn5,24]; [Jn12,49]; [Rom8,3]; [Gál4,4-5], que se completa con el envío del Espíritu [Jn14,16]; [Jn14,26]; [Jn15,26]; [Jn16,7] y se prolonga en la misión de la Iglesia [Mt10,5-16]; [Mt28,10-20]; [Jn4,38]; [Jn17,18].

Misterio

Con esta palabra se alude no tanto a la realidad divina, desconocida e inaccesible al hombre, cuanto a los planes profundos de Dios susceptibles de ser revelados a los suyos [Gén18,17]; [Núm24,16]; [Am3,7]; [Dan2,17-19]; [Dan2,27-28]; [Dan2,47]; [Dan4,6]; [Bar2,22]; [Sap6,22]. Planes encaminados a salvar a su pueblo, ocultos durante siglos [Ef3,5]; [Ef3,9]; [Col1,26]; ver [1Cor2,7], pero descubiertos y dados a conocer en la persona de Cristo [Mc4,11]; [Rom16,25-26]; [Ef1,9]; [Ef3,3-5]; [Col1,26-27]; [Col2,2]; [Col4,3]. Planes de salvación, que Dios llevará a su término [Ap10,7] venciendo cualquier oposición [2Tes2,7-8].

Muerte

La Biblia habla de dos clases de muerte la física-biológica y la espiritual. a) La muerte física es el acabamiento del hombre en cuanto ser terreno. Se trata de un destino que afecta a todos los hombres [2Sam14,14]; [1Re2,1-2]; [Sal89,49]; [Sal90,3]; [Qo3,2]; [Qo9,5]; [Si8,7]; [Si14,17]; [Heb9,27]; sólo Dios conoce el momento [Job14,5]; [Qo3,20]; [Si17,1-2], mientras que el hombre lo ignora por completo [Qo9,12]; [Lc12,20]; [Lc12,40]; [Ap3,3]. La muerte física tal como hoy acontece, entre angustias e incertidumbres, es consecuencia del pecado del hombre [Gén2,17]; [Gén3,3]; [Gén3,19]; [Bar1,13-14]; [Si41,4]; [Rom5,12-17]; [1Cor15,21-22]; [1Cor15,56]. Dios puede liberarnos de esta muerte, tanto manteniéndola de momento alejada de nosotros [Sal13,4]; [Sal49,15-16]; [Sal116,3] como sobre todo venciéndola mediante un proceso de resurrección e inmortalidad [Is25,8]; [Ez37,1-14]; [Os13,14, [Sal16,10-11]; [Sal49,16]; [Dan12,2-3]; [2Mac7,9-33]; [Bar3-5]. Esta victoria sobre la muerte alcanza su punto culminante en Jesucristo, que la anticipa ya en su vida mortal a través de sus milagros [Mt9,23-26] par; [Lc7,11-16]; [Jn11,28-44], la verifica en su propio cuerpo resucitado [Mt28,1-6] par; [Jn2,1-9]; [He2,23-24]; [He3,15]; [Rom6,9]; [1Tes1,10]; [Ap1,18] y la comparte con la nueva humanidad redimida por él [1Cor15,26]; [Heb2,14-15]; [1Pe4,6]; [Ap20,13-14]; [Ap21,4]. b) La muerte espiritual es la situación de lejanía de Dios en cuanto Dios es vida y fuente de vida. Durante la existencia terrena del hombre, esta muerte espiritual se materializa en el hecho del pecado, que, si no se elimina oportunamente, acarrea la ruptura definitiva de la comunión con Dios o "segunda muerte" [Ap2,11]; [Ap20,6]; [Ap20,14]; [Ap21,8]. Esta muerte-lejanía de Dios, temporal o definitiva, causada por el pecado, había sido intuida por los profetas [Ez18,1]; [Ez33,7-20]; los autores del NT se refieren expresamente a ella [Rom1,32]; [Rom6,16]; [Rom6,21-23]; [Rom8,6]; [Gál6,8]; [Sant1,15]. También, y sobre todo, de esta muerte "lo mismo que de la muerte físico-biológica" nos libera Cristo [Jn5,24-26]; [Rom5,21]; [1Cor15,21]; [1Jn3,14].

Mujer

En el plan creador de Dios descrito por la Biblia, la mujer desempeña un papel en todo semejante al del hombre [Gén1,27-28]; [Gén2,18-24]; [Gén3,20]; [Pro19,14]; ver [Mc10,6-12]. Igualmente en la historia religiosa de Israel, y en última instancia en la historia de la salvación, el protagonismo de la mujer es importante, tanto para el mal [Gén3,6]; [Núm12,1-10]; [Jue14,15-20]; [Jue16,4-21]; [1Re11,1-8]; [1Re18,13]; [1Re19,1-2]; [1Re21,25-26]; [Is3,16-24]; [Am4,1-3]; [Pro9,13-18]; [Pro21,9]; [Pro21,19]; [Qo7,26]; [Si25,13-26] como para el bien [Gén3,15]; [Éx15,20-21, [Jos2,1-6]; [Jue4,1] - [Jue5,1]; [Rut1,1] - [Rut4,1]; [Jdt8,16]; [Est2,1]; [Est4,1]; [Est8,1]; [2Re22,14-20]; [Sal68,26]; [Pro31,10-31]; [Si26,1-3]; [Si36,21-27]. No obstante, debe reconocerse que el ambiente cultural en el que se mueve la Biblia "incluso en el NT" limita un tanto los derechos y valores de la mujer [Núm5,11-28]; [Núm27,1-11]; [Dt24,1]; [Si42,9-12]. Jesús, sin embargo, reclama para la mujer la misma dignidad y los mismos derechos que para el hombre; y lo hace no tanto con sus palabras cuanto con su actitud, nace de mujer [Mt1,25]; [Lc2,7]; no rehuye el trato con las mujeres [Lc7,36-47]; [Lc10,38-41]; [Jn4,1-28], a las que alaba por su fe y su generosidad [Lc7,50]; [Lc8,48]; [Lc21,1-4]; [Mt15,28]; [Mt26,10-13] y de las que acepta sus servicios [Lc8,1-3]; ver [Mt27,55-56] y [Jn19,25]; las hace protagonistas de sus milagros y parábolas [Lc7,12]; [Lc8,43-55]; [Lc13,10-13]; [Lc15,8-16]; [Lc18,1-5]; [Mt8,14-15]; [Mt13,33]; [Mt18,21-28]; las pone como ejemplo [Mt25,4] y las constituye en primeras anunciadoras de su resurrección [Mt28,5-9]; [Mc16,7-10]; [Lc24,9-10]; [Jn20,1-2]; [Jn20,18]. Más aún, en la perspectiva del NT, la criatura cumbre de Dios, la escogida para ser la más cercana Colaboradora de Jesús en la obra de la salvación, es una mujer: María [Lc1,26-38]; [Lc1,42-49]; [Lc2,7]; [Lc2,33-35]; [Jn2,1-5]; [Jn19,25-27]; ver [Ap12,1-6]. En esta misma línea de valoración positiva de la mujer se mueve el resto del NT [He1,14]; [He9,36-41]; [He12,12]; [He16,14-15]; [He18,2]; [He18,18], incluido san Pablo, a quien se ha acusado de un cierto antifeminismo (ver [1Cor11,3]; [1Cor11,8]; [1Cor11,10]; [1Cor11,12]; [1Cor14,34]; [Ef5,22-24]; [Ef5,33]; [Col3,18]; [1Tim2,11-12]); este antifeminismo no es tal si se tiene en cuenta el marco sociológico en el que se mueve san Pablo y el papel que, a pesar de este marco, hace jugar a la mujer [1Cor11,11]; [Gál3,28]; [Ef5,25]; [Ef5,32]; [Col3,11].